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Las hermanas Rudchenka
por Tomas B. Ham
I
“Los fénnec nacimos de la sangre y el semen derramados del sexo del dios Seth cuando este fue mutilado por Horus en el inicio de los tiempos”. Exclamó el pequeño animal ante la exasperada mirada inquisidora de Verónica.
—Todo este tiempo nos han ocultado la verdadera naturaleza de su guerra con los d’yavoly —dijo con rencor la joven mientras aun sostenía la antigua espada ensangrentada de su finado abuelo en las manos.
“Los fénnec no mentimos” —intervino otra de las criaturas, que contemplaba impasible la escena, “Pero hay cosas que el humano no alcanza a comprender por su falta de sabiduría y entonces tenemos que callar”.
En una esquina de la cabaña, Martina hojea con una avidez cercana a la desesperación, el diario de Harpócrates “El Viejo”, mientras intenta leer a través del manto de lágrimas que cubre sus ojos. Su cuerpo de quince años tiembla de excitación mientras su rodilla mantiene oprimida contra el piso, casi inconscientemente, la cabeza cercenada del anciano profeta.
—Llevamos años asesinando en nombre de una cruzada que nunca fue nuestra —expresó Verónica, la mayor de las hermanas Rudchenka—. Fuimos sus peones, me prostituí, engañé y traicioné a mucha gente para tratar de salir adelante y protegerlos a ustedes y a la raza humana, ¿y cuál es mi recompensa?
“Estarán con nosotros cuando la oscuridad lo haya cubierto todo, serán las reinas de los fénnec y procrearán a los hijos del siguiente nivel evolutivo, veremos cómo se esparce la paz de las bóvedas celestes desde lo alto de nuestro zigurat” —dijo un tercer fénnec mientras intercambiaba miradas con el resto de la manada que lentamente rodeaba a las dos chicas.
—A fin de cuentas, carroñeros, intentarán alimentarse de los restos podridos de nuestro mundo, ¿No es verdad? —cuestionó Martina, tosiendo para aclarar su registro vocal—. ¿Dónde quedaron las historias que me contabas de niña?, ¿dónde está el sentido poético de justicia en tus acciones?
“Las historias infantiles se acabaron, después de todo ya no eres una niña” —mencionó tímidamente, un fennec aún más pequeño, desde una arista oscura de aquella lúgubre barraca.
—Y se convirtió en una pesadilla de horror y supervivencia, ¿no es así? —cuestionó Martina.
En ese momento, la niña introduce la mano en su entrepierna semidescubierta por la minifalda tableada que apenas la arropa y toma una pistola 9 mm Glock 29 semiautomática, escondida en la funda sujeta a su extremidad derecha.
—Fénnec malo —dice la jovencita con una voz que apenas logra asomarse de sus labios como un murmullo.
Afuera, en el valle perdido entre los campos del sur del Estados Unidos rural, la pequeña construcción de madera se ilumina una y otra vez, acompañada por los sonidos secos y contundentes de las armas escupiendo su carga mortal.